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Los páramos lacustres





Hace muchos, muchos años, cuando en La Alcarria aún no existían las campiñas, los ríos, el ser humano ni la misma Alcarria, una gran cuenca se estaba colmatando con sedimentos de materiales procedentes de una muralla de montañas del Sistema Central y la Cordillera Ibérica. Los sedimentos ya alcanzaban cerca de los mil metros de altitud y la extensa altiplanicie sin apenas pendiente, junto con prolongadas épocas de abundantes precipitaciones y temperaturas superiores a las actuales, hacían que se formasen extensos lagos, lagunas y charcas de poca profundidad; sin salida a ninguna de las vertientes marinas, a lo sumo se comunicaban entre sí por medio de una extensa red de pequeños canales. Se estaban formando los altos páramos alcarreños.

Estos someros y omnipresentes lagos tenían una característica común, el agua que contenían era muy carbonatada y la intensa evaporación a la que eran sometidos por las altas temperaturas existentes, hacían que se incrementase la concentración de carbonato cálcico que precipitaba en gran cantidad sobre el fondo, formando continuas y densas capas de lo que llegarían a ser los estratos de caliza -a veces de muchos metros de espesor- que observamos actualmente en las erosionadas paredes de las alcarrias y valles de estas tierras.

Con mucha frecuencia, esos lugares estaban poblados de abundantes comunidades de plantas y animales adaptados al árido sustrato y duras aguas lacustres; de este modo, sus restos quedaban enterrados en el fondo durante un sinfín de generaciones. En nuestras excursiones por entre las calizas del páramo, podemos encontrarnos con ejemplos de una masiva presencia de restos petrificados de plantas y organismos, cuya impronta ha quedado plasmada en fósiles como los “caracoles” que aquí se muestran y que pueden darnos testimonio de las curiosas circunstancias pretéritas por las que han pasado las tierras de nuestra región.

 
 
 
 
 
 
 

 
 
 



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El Hoyo


En nuestros recorridos por el páramo alcarreño, periódicamente aparecen en el paisaje unos montículos de piedras hacinadas por los labradores y procedentes de la superficie de sus campos de labor.

Ante la visión de uno de ellos, nos  adentramos a través del incipiente cultivo de cereal que lo rodea y… ¡sorpresa!, debemos detenernos bruscamente en el borde de lo que parece un enorme socavón, parcialmente relleno de fragmentos de roca caliza de todos los tamaños y épocas.



En el lenguaje geológico, a estas concavidades en el terreno se las conoce como "dolinas" aunque, para el presente caso, también se acepta la denominación de "hoyas" u "hoyos" como aquí se conocen. El término "dolina" es una palabra de origen esloveno que significa depresión o valle y se aplica a un tipo de depresión geológica, frecuente en terrenos similares a los de nuestra región.

En este caso, el origen de la misma es el hundimiento o desplome del techo de una gran caverna, quedando en el lugar una profunda depresión con una gruta, cuya estructura podemos apreciar en una parte de la fotografía y que, según nos han relatado los habitantes de más edad de la zona, fue utilizada antaño como refugio de personas y caballerías ante las inclemencias del tiempo; todo ello, antes de cegar su acceso con las piedras arrojadas a su interior.

La formación súbita de una dolina por colapso o hundimiento, puede entrañar un gran riesgo para estructuras que sobre ellas se instalen, ejemplos tenemos en el agrietamiento y desplome en edificios o con los recientes problemas, surgidos durante el asentamiento de la línea rápida de ferrocarril AVE Madrid-Lleida.

Sin embargo, muchas de estas formaciones pueden constituir un bien patrimonial y son incluidas en inventarios de puntos de interés turístico por su valor paisajístico o de interés geológico-didáctico. Entre los impactos que afectan a estas formaciones están la utilización de las depresiones como puntos de vertido de residuos de todo tipo que contaminan las aguas subterráneas ya que suelen ser recipientes y (como el presente caso) sumideros de las aguas de lluvia que, al final de su recorrido, afloran en las fuentes o manantiales de nuestros pueblos y valles.


 
 
 
 
 
 
 

 
 
 



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